Arba Minch - Bahar Dar
Tras un par de noches tranquilas y un día marcado por la frustración de una conexión a internet lenta y casi inútil por doquier, que hace de una transacción bancaria o una reserva de hotel un trabajo propio de Hércules, partimos, esta vez en avión, hacia el norte, con destino a Bahar Dar vía Addis Abeba. El trayecto que nos tomó diez horas de autobús hace una semana hoy llevará tan solo 45 minutos. El despegue en Arba Minch impresiona: bajo nosotros se extiende uno de los dos enormes lagos que enmarcan esta pequeña ciudad donde se come un delicioso pescado de agua dulce. Aguas pardas que recuerdan las tomas aéreas de películas dignas de grandes divas del celuloide; aguas que arrastran limo a su paso y transportan vida a través de los cauces de los larguísimos ríos que recorren este continente. Aguas que llevan milenios dando vida, como las aguas del Nilo Azul, cuyo nacimiento nos espera en Bahar Dar.
Esta primera etapa conociendo las tribus del sur ha sido muy intensa, por el tipo de viaje, por la enorme diferencia de cultura y de modo de vida, de recursos, de orgnización social. Muchas veces nos hemos preguntado por qué unos grupos humanos han alcanzado un nivel de desarrollo en que la tecnología, entendida como cualquier utensilio o aparato que hace más fácil o más rápida la realización de una tarea, ocupa un lugar primordial y permite concentrar los esfuerzos en diseñar nuevas soluciones tecnológicas que, cuando se ponen a disposición del conjunto de la sociedad, facilitan la vida y el progreso de todos. La cuestión colonial, con el expolio de recursos naturales y la explotación de recursos humanos, es ineludible. Pero me remonto al momento anterior al establecimiento de tales relaciones: los primeros viajeros que tuvieron contacto con las tribus del Rift provenían de civilizaciones que habían alcanzado un nivel de desarrollo notable. No me refiero ni siquiera a los europeos, sino a los comerciantes que provenían de la península arábiga, de Egipto, de Sudán, del resto de la entonces Abisinia, donde los antiguos reinos, como el de Aksum, florecían entre rutas comerciales y de peregrinación religiosa. ¿Por qué, en el mismo momento histórico, dos sociedades hasta entonces desconocidas la una para la otra se habían planteado el desarrollo de dos maneras tan diferentes? Cuando le preguntamos si también tenían burros para acarrear el agua y la cosecha o bueyes para arar, el guía que nos llevó a conocer las tribus nos dijo que ni se lo plantean porque criarlos y mantenerlos es algo que consideran muy complicado. Personalmente, me cuesta entenderlo y me pregunto si no será más bien una cuestión de respeto por el animal, pues sí acuden a la clínica más cercana cuando tienen una enfermedad grave y también toman medicamentos sintéticos cuando pueden adquirirlos (que suele ser cuando se los da un turista, allá cada uno con su sentido de la responsabilidad). Sea como sea, el caso es que están aferrados a ese modo de vida aun llevando siglos en contacto con otros que, si bien tienen muchas deficiencias, no aseguran la igualdad de todos los miembros de la sociedad, promueven la superpoblación y dañan el medio ambiente, a quienes nos hemos criado en ellos nos parecen mucho más cómodos. Que cada cual saque sus conclusiones.
Las muchas horas de coche, la novedad y la intensidad de estas primeras experiencias han hecho que escriba notas muy detalladas y muy frecuentes (ya hay quien me ha dicho que no le da tiempo a ponerse al día). El ritmo normal del viaje no da para tanto: sería agotador, para quien escribe y para quien lee, y la mayoría de las peripecias no son tan productivas pues pertenecen a otro tipo de viaje más convencional. Tampoco encuentro el tiempo ni tengo la maña para seleccionar y colgar fotos como si fueran churros, así que sospecho que las mías serán mucho menos numerosas que las de Julien. Que las disfrutéis: entre ellas y mis notas espero poder pintar un lienzo coherente sobre nuestras memorias de África.